viernes, 24 de septiembre de 2010

¿Es todo cuestión de opinión?


En el Prólogo de su Fenomenología del Espíritu -una de las obras cumbres del pensamiento filosófico occidental- Hegel escribió:

"Cuando discurre por el tranquilo cauce del sano sentido común, el filosofar natural produce, en el mejor de los casos, una retórica de verdades triviales. Y cuando se le echa en cara la insignificancia de estos resultados, nos asegura que el sentido y el contenido de ellos se hallan en su corazón y debieran hallarse también en el corazón de los demás, creyendo pronunciar algo inapelable al hablar de la inocencia del corazón, de la pureza de la conciencia y de otras cosas por el estilo, como si contra ellas no hubiera nada que objetar ni nada que exigir.

Pero lo importante no es dejar lo mejor recatado en el fondo del corazón, sino sacarlo de ese pozo a la luz del día. Hace ya largo tiempo que podían haberse ahorrado los esfuerzos de producir verdades últimas de esta clase, pues pueden encontrarse desde hace muchísimo tiempo en el catecismo, en los proverbios populares, etc. No resulta difícil captar tales verdades en lo que tienen de indeterminado o de torcido y, con frecuencia, revelar a su propia conciencia cabalmente las verdades opuestas. Y cuando esta conciencia trata de salir del embrollo en que se la ha metido, es para caer en un embrollo nuevo, diciendo tal vez que las cosas son, tal como está establecido, de tal o cual modo y que todo lo demás es puro sofisma; tópico éste a que suele recurrir el buen sentido en contra de la razón cultivada, a la manera como la ignorancia filosófica caracteriza de una vez por todas a la filosofía con el nombre de sueños de visionarios.

El buen sentido apela al sentimiento, su oráculo interior, rompiendo con cuantos no coinciden con él; no tiene más remedio que declarar que no tiene ya nada más que decir a quien no encuentre y sienta en sí mismo lo que encuentra y siente él: en otras palabras, pisotea la raíz de la humanidad. Pues la naturaleza de ésta reside en tender apremiantemente hacia el acuerdo con los otros y su existencia se halla solamente en la comunidad de las conciencias llevada a cabo. Y lo antihumano, lo animal, consiste en querer mantenerse en el terreno del sentimiento y comunicarse solamente por medio de éste."

Georges Orwell, en su
1984, muestra cómo se quebranta íntimamente la libertad y la universalidad de lo humano cuando se obliga a alguien, en contra de su razón (y de TODA razón), a que acepte íntimamente como verdadero que "2 +2 son 5". Si esto se consigue, el hombre se ha vuelto inevitablemente una máquina de obedecer, que ha renunciado a pensar y ya no puede cuestionar. (Aunque aún pueda sentir, intuir, imaginar, la perdida del pensamiento implica la distorsión de todo lo demás: ni siquiera el amor es amor sin la posibilidad de pensar).

Orwell estaba muy lejos del pensamiento de Hegel, y sin embargo ambos comprendían lo anti-humano como el pisotear la raíz de la naturaleza humana, que "tiende apremiantemente al acuerdo con los otros y se realiza en la comunidad de las conciencias".

Muchos fanáticos requieren el "sacrificium intellectus" (la renuncia al pensamiento, como Tertuliano afirmando "Creo porque es absurdo") que ha sido uno de los modos de dominación de las grandes religiones institucionales, así como de las dictaduras totalitarias del siglo XX.

Pero hay, en mi opinión, otra forma de desertar de esta raíz esencial: el todo vale, todo es relativo y todo es según el cristal del color con que se mire. "La verdad para mí", "la verdad para tí", etc. etc.

Como decía el poeta Machado: "¿Tú verdad? No, LA VERDAD. La tuya, guárdatela".