domingo, 21 de junio de 2009

Supernietzsche: reflexión de Vattimo acerca del nihilismo

“El fin de las grandes metanarraciones, como las llama Lyotard, es decir, de las ideologías globales, totalitarias y al mismo tiempo tranquilizadoras como una paternidad (también la popularidad del Santo Padre es sólo un sucedáneo), ha sido también determinado por un conocimiento del que Nietzsche fue el máximo anunciador: no hay hechos, sólo interpretaciones. 

Lo que, por otro lado y con buenas razones, llamamos lo real, es un juego de interpretaciones que se cruzan y dan lugar a interpretaciones compartidas y estables, no obstante siempre ligadas al subsistir de paradigmas y expectativas comunes. Nuestro mundo real es al que accedemos a través de los medios de comunicación, que son agencias interpretativas ya no revestidas de la sacralidad que las amamantaba en el pasado, cuando la verdad era la que decía el Papa o el emperador, o más recientemente el partido y su comité central. El mundo de Nietzsche es el mundo de la pluralidad de las interpretaciones vueltas explícitas: hoy todos, no sólo los intelectuales, también los no ingenuos, saben que “la TV miente”; o que para entender lo que acontece hay que leer más de un periódico, o recurrir a más fuentes.

La situación que Nietzsche llamó “nihilismo”, es la que ha surgido una vez que “Dios ha muerto”, es decir, cuando se ha descubierto que ya no lo necesitamos, y no lo “soportamos” porque hemos reconocido como mentira ideológica la idea de un fundamento único del que todo depende (y que unas autoridades pretenden conocer mejor que nosotros para imponernos normas y disciplinas). 
En tal situación se puede caer en la desesperación y en el luto porque no nos resignamos a la pérdida del fundamento único, es decir, la autoridad “paterna” que tranquiliza y castiga. Nietzsche llama a ese nihilismo reactivo o negativo. Vemos muchos ejemplos de ello en los retornos a la etnia, a la familia, a las pertenencias “naturales”, desde el racismo hasta los ultras del fútbol. 
La otra vía, la que Nietzsche quiere abrir, tiene un nombre que despertó injustificadas sospechas: Übermensch, “superhombre”. En la sociedad del nihilismo concluido, si uno no se vuelve superhombre, tiene el riesgo de desaparecer, de ya no “ser” (1). O se regresa a las pertenencias míticas y naturales, que sin embargo sólo pueden ser revitalizadas con gestos autoritarios, o se deja de ser “alguien”. Pero superhombre -es la verdad del texto de Nietzsche-, es sólo aquel que, en la Babel de las interpretaciones, es capaz de construirse la suya, asumiendo el riesgo y la responsabilidad. ¿Lo hace sin ninguna atención a los otros, como si su interpretación pudiera y tuviera que ser vivida como la verdad “verdadera”? Esto significaría olvidar que precisamente también la mía es siempre (¿sólo?) una interpretación. 
El verdadero superhombre, escribe Nietzsche en sus apuntes póstumos, es el que no cree en la fuerza, sino que practica una moderación fundamentada en la capacidad de ser irónico incluso consigo mismo. Es difícil pensar que los nazis fueran discípulos de este Nietzsche. Quizás podríamos tratar de serlo nosotros mismos, encontrando por lo menos un poco de esas esperanzas que liquidamos demasiado pronto, junto con los otros mitos de los años sesenta”.  

Este es el final del artículo "Supernietzsche” de Gianni Vattimo, publicado en 2001 en un suplemento de La Jornada, México, y que puede consultarse íntegro en el sitio de Horacio Potel.

Notas
(1) Esto debiera entenderse como ya no ser más que un número, un objeto disponible, previsible y calculable.