lunes, 30 de marzo de 2009

Zizek: La tolerancia represiva del multiculturalismo


Acabo de publicar el artículo de Slavoj Zizek, incluido en en su libro “Defensa de la intolerancia”, Ed. sequitur, Madrid 2008. Traducción de J. Eraso Ceballos & A. J.Antón Fernández, que puede consultarse picando aquí, o también picando aquí.

Las reflexiones de Zizek trascienden el ámbito meramente social y/o político, y dan pie a plantearse un cuestionamiento de ciertos “valores” de la psicología profunda, la psicología imaginal e incluso la crítica cultural al “eurocentrismo”, con afirmaciones tan osadas y sugerentes como cuando escribe:

“E
l multiculturalismo es una forma inconfesada, invertida, auto-referencial de racismo, un "racismo que mantiene las distancias": "respeta" la identidad del Otro, lo concibe como una comunidad "auténtica" y cerrada en sí misma respecto de la cuál él, el multiculturalista, mantiene una distancia asentada sobre el privilegio de su posición universal. El multiculturalismo es un racismo que ha vaciado su propia posición de todo contenido positivo (el multicuIturalista no es directamente racista, por cuanto no contrapone al Otro los valores particulares de su cultura), pero, no obstante, mantiene su posición en cuanto privilegiado punto hueco de universalidad desde el que se puede apreciar (o despreciar) las otras culturas. El respeto multicultural por la especificidad del Otro no es sino la afirmación de la propia superioridad… El fundamento cultural o las raíces sobre los que se asienta la posición universal multiculturalista no son su "verdad", una verdad oculta bajo la máscara de la universalidad ("el universalismo multicultural es en realidad eurocéntrico..."), sino más bien lo contrario: la idea de unas supuestas raíces particulares no es sino una pantalla fantasmática que esconde el hecho de que el sujeto ya está completamente "desenraizado", que su verdadera posición es el vacío de la universalidad.”

Para este último punto, es conveniente remitirse a las agudas observaciones de W. Giegerich acerca del intento psicológico de “liberarse” del “eurocentrismo” o del “etnocentrismo”, en su artículo sobre la verdad.

El vacío de la universalidad apuntado por Zizek hace también referencia al “magnum opus del alma hoy” que ya “no es la individuación, sino la globalización. Y globalización significa la eliminación de la identidad personal como algo de propio derecho y el sometimiento lógico de todo lo individual a la única gran meta abstracta del máximo beneficio: la ganancia debe aumentar, pero yo debo decrecer” (tal como lúcidamente lo ha expuesto Wolfgang Giegerich en su artículo acerca de la falacia de la oposición "individual vs. colectivo")


jueves, 19 de marzo de 2009

Psicología y verdad (5): verdad absoluta y realidad virtual


Cuando Lessing, en su Eine Duplik (1778) afirmó que, si se le ofrecía la elección entre poseer toda la verdad o estar infundido con una aspiración infinita a la verdad, aunque fundamentalmente propensa al error, escogería esta última, sin duda rechazó una opción fija y cerrada a favor de una abierta. Sin embargo ambas opciones de su alternativa ya están del lado positivo de la alternativa real entre positividad o negatividad del concepto de verdad. La interminable búsqueda de la verdad es tan positiva como la idea de poseer la verdad sobre la vida. Al presentarnos la idea de esta elección, Lessing nos hace creer que su segunda opción es una verdadera apertura, una ruptura real de la esfera vallada (el dogmatismo de la iglesia, en su tiempo) si bien, al no ser más que la negación simple del dogmatismo, es la instalación final de la existencia psicológica en el reino vallado. Más que abrir realmente el camino hacia lo salvaje, cierra la mente a la idea misma de entrar en lo salvaje, precisamente porque, con su sustituto positivista y nihilista de una ruptura de la valla, da la impresión ilusoria de ofrecer una verdadera apertura. Sin embargo, no es correcto decir que da la impresión de ofrecer una verdadera apertura. La impresión que da no es más que la de ofrecer la idea de trabajar con vistas a una apertura que, por definición, no puede nunca realizarse.

La respuesta de Giegerich al rechazo al por mayor de la verdad en la psicología arquetipal es postular que nadie está libre de tener que dar su respuesta a la cuestión de la verdad de las ideas e imágenes del alma. No basta con tener, abrigar y trabajar con ideas e imágenes. La cuestión de la verdad no es académica. no tiene nada que ver con dogmas y doctrinas (que son defensas contra la verdad, instituciones que pretender volver innecesario el avance hacia lo salvaje); no tiene nada que ver con la llamada “verdad” de las proposiciones. Debe descartarse toda la idea de “la verdad de” los contenidos de conciencia. La verdad en nuestro contexto no es nada positivo, ni siquiera algo como las llamadas “verdades eternas” (que de hecho son las antiguas verdades congeladas de estadios previos del mundo). La verdad es negativamente una forma de ser-en-el-mundo, un estado de la existencia. No es nada que tenga que ser “aceptado” o sobre lo que pueda “dudarse”. Al sentir que tenemos que aceptar (estar de acuerdo) o que podemos dudar, obviamente estamos dentro del espacio vallado de la esfera domesticada, y seguimos preocupados todavía con “contenidos” positivos.

Ni siquiera la Diosa desnuda en nuestro mito es ella misma la imagen de la verdad. Esto sería demasiado positivo. En su lugar, la verdad es el acontecimiento de ver a Artemisa sin velos en lo salvaje; es la unidad de sí misma y mi exponerme a ella, es el encuentro entre yo y la Verdad misma. En otras palaabras, la Verdad no es sólo ella misma. Su “estructura” lógica es más compleja. La verdad no existe “ahí afuera” como un objeto a ser descubierto, ni está “subjetivamente” “en mí”, ni es la relación formal (adecuación) entre mi pensamiento y la realidad objetiva; la Verdad existe sólo dentro de mi entrar en lo salvaje, en el reino de la pre-existencia y de los comienzos primordiales, o dentro de mi encarar incondicionalmente “la totalidad ”

¡La verdad tiene que ser generada y re-afirmada siempre de nuevo! No yace en algún lugar por ahí, a fin de ser encontrada por alguien que tropiece con ella. Es esencialmente psicológica. Propiamente entendida, no es sino el punto indispensable en el cual somos llamados a avanzar adelante, donde tenemos que hacer nuestro compromiso (real, es decir, lógico), y el único punto donde el alma quiere y puede volverse real. La verdad es crucial.
“El mundo del espíritu no está cerrado;
Tu mente está cerrada, tu corazón está muerto!
Arriba, adepto, baña sin reservas
tu pecho terrenal en el rojo del amanecer”
(Goethe, Faust I)
Es precisamente lo finito y lo terrenal lo que tiene que sumergirse implacablemente en la infinidad de la celestial aurora consurgens. Esta es la impertinencia, el escándalo que implica el proyecto psicológico (opus) de una conjunción de los opuestos. Cualquiera con una pizca de sentido común diría que esto es una locura.

El compromiso del que se habla aquí no debiera confundirse con el tipo de compromiso o decisión que exigían los existencialistas. Es un compromiso lógico y no un acto (o actitud) “psicológico”, empírico, emocional. Hablando alquímicamente podría decirse que es un compromiso “in Mercurio” o, con Jung, “ en la lejana región de la psique” (psyche's hinterland). Por eso mismo no es cuestión de voluntad. Es cuestión de verdad, de conocimiento de la verdad, y de dejarse definir por ella como el propio telos -en el sentido en que muestra Onians, en su The Origins of European Thought: un círculo, una banda, colocada sobre la persona, como la corona del rey, la banda en la cabeza del esclavo, la guirnalda del triunfador o del poeta, que le vincula a su estatus con Necesidad.

Esquivar la cuestión de la verdad es una defensa, un intento de permanecer a distancia del alma, de quedarse fuera de lo implacablemente salvaje, y de limitarse en cambio a un mero imaginar cosas y contemplar todo el alcance del pandemonio politeísta de imágenes. Ciertamente este tipo de contemplación puede evaluarse como una especie de atisbar y espiar el reino de la “pre-existencia”, pero sólo desde el lado seguro del país del ego. Entonces la psicología se une a la corriente dominante de nuestra civilización que se encamina al ciberespacio y al mundo de multimedia. Pero probablemente el alma no nos dejará huir de esa manera. Si no estamos dispuestos a pagar todo el precio que nos exige respondiendo por la verdad de nuestro imaginar, elevándolo así al nivel del conocimiento y de la Noción, la realidad nos exigirá poderosamente un precio mucho más caro. Nos enseñará -y ya está enseñándonos- cuál es el precio por elminar la cuestión de la verdad.

Nietzsche nos recomendó “vivir peligrosamente” y “tener caos en nosotros mismos”. Pero al ser él mismo uno de os grandes destructores de la noción de verdad, no pudo ver ni decir que precisamente lo que exigía gira al rededor de nuestro pleno compromiso con la verdad. Aquí es donde están el peligro real y el verdadero “caos” (lo salvaje, lo agreste).
Si uno no se ha encontrado con la verdad, esto significa que uno aún no ha ingresado en lo salvaje. No significa que uno estaba allí y simplemente no ocurrió que la verdad se mostrara. El primer astronauta soviético que fue al espacio contó al volver a la Tierra que no pudo descubrir un signo de Dios ahí arriba. Creyó que había estado donde Dios, si existiera, sería visible; en el cielo. Pero a pesar de haber entrado en el espacio exterior, aún estaba sobre esta Tierra, en la realidad positiva. Ninguna nave espacial puede llevarlo a uno al cielo, al reino de la pre-existencia, a lo salvaje, a lo agreste. Y es así porque la nave espacial lo transporta a uno positivamente, mientras que Dios tiene que ser experimentado negativamente. La entrada en lo salvaje debe en sí misma ser un ingreso cancelado y superado (sublated), un ingreso absoluto-negativo. Dios no puede ser percibido ni imaginado. Incluso las visiones genuinas de Dios no son un ver o un imaginar positivo. Son negaciones de tal ver (percepción superada).

Jung sintió el problema. Por ello advirtió contra una reacción puramente estética a las imágenes. Pero su error fue que, en respuesta a este problema, exigió una reacción ética a las imágenes. Esta solución tenía que fallar. Es un error categorial, confundir la dimensión de la vida y la conducta humana (donde la ética tiene su lugar legítimo) con la dimensión de lo “pre-existente”, la vida lógica del alma, que exige una respuesta (psico-)lógica y “metafísica” a la cuestión de la verdad. La “ética de la imagen”, si es que esta frase tiene algún sentido, consistiría en un único imperativo legítimo: “proporcionar a la imagen (y al alma en general) tu respuesta convincente a la cuestión de su verdad” (no nuestra “ética”). El profundo temor de Jung de aparecer como “metafísico” y su deseo de ser reconocido como empirista impidieron que se diera cuenta de que su opción por la ética, cuando tendría que haber enfrentado la cuestión de la verdad, era “poco ético” desde el punto de vista del alma, violando su propia idea de que la imagen tiene todo lo que necesita en sí misma. La respuesta ética de Jung a las imágenes apunta a una aplicación externa del “mensaje”de la imagen (tal como el ego lo entiende) a la conducta, privando así a la imagen misma de su autosuficiencia, que incluye también su intrínseca motivación.

La verdad es el punto donde somos llamados a dar un paso adelante y alistarnos -por la profundidad de cada situación real particular en la que ocurra que nos hallamos, por el alma, por la imagen en la que se manifiesta el alma. Cada situación real, cada sueño, cada imagen, viene con la invitación a que le digamos “¡Esto es!”, “hic Rhodus, hic salta”. “¡Esto es!” implica una doble presencia; 1. “Estoy aquí”, reportándome para el servicio, por así decirlo, e poniéndome incondicionalmente en juego. 2. Esta situación en la que estoy tiene, a pesar de cómo sea, todo lo que necesita (y así también el potencial de su realización) dentro de sí misma. Aquí y ahora, en esta vida mía, en este mundo, ha de estar el sitio de último cumplimiento. Este presente real mío es mi único camino real de entrada a mi paraíso y mi infierno. No hay alternativas, no hay salida. Es esta la actitud que abre lo salvaje para mí y me abre a mí hacia “el hombre total” y para el encuentro con la Verdad como esencia interior de lo salvaje.

En la psicología de Jung hay un sitio donde se expresa la idea de tener que avanzar y entrar activamente en una imagen. Este sitio es la Imaginación Activa. Con su Imaginación Activa Jung nuevamente mantuvo vivo el conocimiento sobre una importante necesidad del alma, aún cuando otra vez lo traicionó por el modo en que lo construyó. La manera de entrar en una imagen en la Imaginación Activa es empírica, es una técnica psicológica. La necesidad de entrar es por tanto actuada compulsivamente (acted out) mediante un comportamiento literal (literal aun cuando sea comportamiento en el reino de la imaginación). No es “recordado” (er-innert, re-acordado en el fundamento nativo del alma y en este sentido “interiorizado”). El único modo verdaderamente psicológico de entrar, empero, el cual es un ingreso lógico, consistente en comprometerse en la cuestión de la verdad de la imagen (y sobre todo la imagen de Dios), no ocurre en general en el Jung oficial. El mismo Jung se esforzó para asegurar que su conversación sobre la imagen de Dios en el alma no se tomara como un intento de probar la existencia de Dios.

En esta era y en este tiempo es precisamente tarea de la psicología ofrecer asilo a una presencia real de la noción de verdad. Todo lo demás parece haber abandonado la verdad: las ciencias de manera previsible y por definición, pero también la teología, la psicología personalista, el esoterismo New Age, el post-modernismo, el fundamentalismo, incluso el arte y la filosofía. Debido a que en nuestro mundo se siente dolorosamente la desintegración de todos los valores y la disminución de cohesión social, parece no haber mejor respuesta a esta desintegración que hacer una de dos: 1) o bien refugiarse en posiciones fundamentalistas reaccionarias, sosteniendo estos o aquéllos dogmas muertos cuya previa verdad viviente se sustituye con el propio fanatismo subjetivo, o 2) se intenta revitalizar la disciplina filosófica de la ética, y crear todo tipo de nuevos institutos para la investigación ética, sin advertir que la ética no sirve de nada si no está respaldada y autorizada por una respuesta real a la cuestión de la verdad. Pero esta era no quiere la verdad. Aparte de la ganancia rápida, quiere una avalancha de información, imágenes, estímulos, sentimientos, acontecimientos y por supuesto procesos automatizados. Nuestra era disfruta “deconstruyendo” sistemáticamente toda nuestra tradición metafísica (“logocéntrica”) y nuestra herencia cultural a medida que se desplaza felizmente hacia la “realidad virtual”, que es una realidad que está absolutamente vallada, porque es absolutamente libre de toda verdad.

En sus Recuerdos, Sueños, Pensamientos Jung informa que Freud temía la “negra marea de lodo” del ocultismo y quería hacer un dogma a partir de su teoría sexual como “barricada inconmovible” contra esta marea. Hoy, cuando la “negra marea de lodo” ya no es la del ocultismo sino la de la sociedad de la información que se encamina hacia la Realidad Virtual, experimentamos exactamente lo opuesto: la “negra marea de lodo” como la barricada misma contra aquello que hoy es lo más aborrecido, la Verdad.

La ausencia de verdad en el mundo moderno es la indicación de que el hombre se ha escondido de este mundo (si bien fácticamente aún esté allí). No quiere más mostrar presencia. Permanece fuera de este mundo. Quiere vivir la vida como si él no estuviera realmente allí. Y precisamente por eso, a veces actúa como si nada hubiera cambiado y el mito, el significado arquetipal, los Dioses aún estuvieran vivos. A fin de poder vivir el primer “como si” sin tener que afrontar sus consecuencias, le gusta refugiarse en el segundo “como si”, en la metáfora, la ironía, los chistes, la parodia -o en la “deconstrucción”. Se ha definido a sí mismo como un ausente y quiere adquirir conocimiento como un ausente (el objetivismo de las ciencias y el ontologismo en filosofía son signos del ausentismo de nosotros los humanos). El hombre se ha sustraído él mismo de su noción de vida y de realidad. Cuando la vida o el destino golpea a su puerta, dice “No hay nadie en casa”. Hoy no hay nadie en casa que pueda ya decirle a su situación real -o a nuestra situación colectiva: “¡Esto es!”, “Es aquí donde la Verdad, donde Dios debe mostrarse”. En cambio uno sueña con mejores alternativas a lo que es real y uno añora utopías, o lo desacredita todo como ilusión ingenua o mistificación, salvo una posición nihilista o agnóstica. El hombre moderno incluso ha elevado su auto-substracción de su noción de vida y de realidad al estatus de una teoría, en su rechazo ideológico de lo que se llama “etnocentrismo” o “eurocentrismo”, que es la admisión explícita de su decisión de establecerse en principio en la “excentricidad”.

Este ausentismo se muestra incluso en el nivel empírico-fáctico, en la conducta colectiva, como en el colapso de la educación debido a que los adultos esquivan sustentar cualquier principio ante sus hijos, o en las reacciones evasivas de Occidente a las atrocidades en la antigua Yugoslavia, o en el obvio descrédito de Occidente ante sus propios valores profesados, como se documentó en su posición hacia China, lo cual puede resumirse en el nuevo lema de Occidente, “la economía primero”. Este lema es hoy la única creencia real.

La verdad, por contraste, es el mundo o la vida tal como realmente ocurre que son, más la presencia determinada del hombre, su entrada comprometida y su auto-exposición lógica a la vida. En los días de antaño, este ingreso en y este compromiso último con la vida tomaba lugar especialmente mediante las instituciones de las matanzas sacrificiales y los ritos de iniciación (así como en actos rituales en general). Esos eran los modos primordiales de comprometerse verdaderamente (no subjetiva y emocionalmente, sino “objetivamente”, es decir: lógicamente) con la vida y así generar y reafirmar la verdad. La “realidad virtual”, por el otro lado, es la declaración de independencia respecto a la necesidad de dar un paso adelante, a la necesidad de generar la verdad. Nuestra era ha despedido a Acteón. Puede éste ahora regresar a la posición del que se queda en casa en la Antigua Saga Islandesa, haraganeando en casa y dedicándose a imaginar, sin aventurarse ya más en la expansión infinita de lo salvaje. Pero puesto que hacer esto era su única raison d'être, el que no pueda realizar su tarea eterna equivale a su total abolición y, junto con él, la abolición de Artemisa, y de hecho, también de todo el mito. Empero, si un mito, y especialmente tal mito sobre el encuentro del alma con su Verdad, se aborta sistemáticamente, también se ha abortado el mito o la mitología como tal. Por ello tenemos hoy una “realidad virtual”. Y por ello el uso que hace la psicología arquetipal de los mitos y de los Dioses es en gran medida falso. No se puede despachar la noción de verdad de la psicología, interrumpiendo así el eterno movimiento del alma hacia lo salvaje para encontrarse consigo misma como verdad absoluta- y pretender hablar aún legítimamente de Dios o de los Dioses. Uno debe haber ipso facto renunciado a este privilegio. Sin la noción de Verdad, las imágenes son inevitablemente “nada más que” imágenes -a pesar de todas las limitaciones conscientes de responsabilidad.

El nacimiento del hombre y el fin del significado

Para escuchar la clase dada el miércoles 18 de marzo de 2009, visitar el siguiente enlace

lunes, 16 de marzo de 2009

Psicología y verdad (4): la Verdad desnuda


En lo agreste uno se encuentra con la Verdad absoluta, pero también sólo la Verdad transforma la esfera en que uno entra en lo salvaje primordial, en primer lugar. Lo absoluto de la Verdad o la totalidad de “el todo” (the whole) es lo que constituye “lo salvaje”. Puesto que la verdad no es relativa, no hay aferre, nada positivo a lo cual pudiera ligarse seguramente, a lo que pudiera referirse. Es pura negatividad. Esto salvaje y agreste no es una localidad geográfica particular que exista en alguna parte. Es cualquier lugar si y sólo si se lo afronta en el espíritu de un compromiso incondicional con la búsqueda de la Verdad. Es el reino de la “pre-existencia”. Lo salvaje es donde yo como adepto, como consciencia, como mi teoría psicológica, entro à corps perdu dentro de la retorta.

La imagen es útil. Muestra que lo agreste no es lo agreste literal, ni está literalmente “fuera” de la valla, no es una literal extensión infinita ahí afuera. No es necesario abandonar la sala de consulta y atravesarla puerta hacia el mundo público. No hay necesidad de una ruptura juvenil de las vasijas. Lo agreste (la esfera de lo que no está vallado), sólo puede encontrarse dentro de la valla, dentro de la vasija, pero por supuesto sólo si implacablemente someto a este “adentro” mi auto-definición ontológica y la misma idea de mí mismo como persona existente. La infinitud se encuentra sólo dentro de los confines de la vasija. Esta contradicción refleja la negatividad lógica de lo salvaje, de lo agreste, el carácter de Mundo Invertido de la dimensión que llamamos alma. Lo salvaje es específico, determinado, aquí y ahora, este momento, esta situación (palabra clave: “cadidad”, o sea la cualidad de “cada” (each) cosa, acontecimiento, experiencia, etc. de ser tal y como es, de presentarse tal y como se presente- eachness). No es la vaga generalidad y la abstracción incomprometida de un vastedad inacabable alrededor de la vasija o alrededor nuestro, mientras miramos dentro de la vasija. El carácter de “alrededor nuestro” que efectivamente es esencial a lo salvaje es el resultado de nuestro movimiento lógico activo de someternos nosotros mismos, es decir, la noción misma de nosotros mismos, incondicionalmente a la situación que se presenta. No es la descripción de una condición espacial. Lo agreste es o existe sólo hasta el punto y en la medida en que se está generando. Su Ser tiene la naturaleza de un Llegar a ser. Esto también es verdad para el arte. Una obra de arte no “existe”, existe sólo en el sentido de que hay alguien (un lector, un oyente, un espectador) que lo crea dentro suyo. Por esto el verdadero arte pertenece a y a la vez se abre hacia lo salvaje, lo agreste. Lo agreste es, desde el comienzo, psicológico o lógico. Lo salvaje, lo agreste, debe ser pensado. No puede ser “percibido” o “imaginado”.

¿Cuál es la relación entre Verdad y lo salvaje? ¿Es la Verdad algo más además de lo salvaje, pero que se encuentra en ello, como uno encuentra árboles, ciervos y estanques allí? No. La Verdad es sinónimo con lo agreste, lo salvaje. Es lo salvaje, pero no como lo agreste vacío, incumplido, potencial, sino como logrado, realizado, cumplido. Hay que pensar la identidad y la diferencia del bosque primordial y Artemisa. Verdad y lo salvaje como la unidad de sí mismo como extensión infinita que rodea a Acteón por todos los lados (Otredad), y de sí misma como el Otro, como definido agudamente enfrente (“objeto” de experiencia). Artemisa es lo agreste amorfo en sí mismo, pero condensado en su forma o rostro concreto. Ella es su encarnación. Es el cumplimiento interior oculto, la verdad intrínseca de lo salvaje, la revelación (para Acteón, para aquel que realmente se aventuró en lo salvaje) de lo que lo salvaje es en verdad visto desde dentro. A fin de ver cualquier realidad o fenómeno desde dentro y en su más íntima verdad uno tiene que haberse aventurado lógicamente dentro de ello sin reservas, permitiéndole así que se vuelva lo salvaje.

La diferencia entre lo salvaje como extensión y Artemisa desnuda puede decirse así: en tanto lo salvaje aparezca sólo como extensión infinita alrededor de uno a la cual uno está expuesto, uno aún lo ve de alguna manera desde fuera. Paradójicamente, uno no está realmente en ello aún, pese a haberse (aparentemente) aventurado dentro de ello y estar rodeado por todos los lados por ello. Lo salvaje como amplitud, como pared sin contorno de la Otredad, sigue siendo aún una abstracción. Es la simple negación (la negación no dialéctica) de la esfera positiva, domesticada. No es aún la nada determinada, negativa (Hegel) del reino vallado (negación de la negación). Uno ha abandonado positivamente el reino de la positividad y ha entrado positivamente (físicamente o imaginalmente) en lo salvaje, pero aún se sujeta y se contiene, desde el punto de vista de la positividad que uno trae consigo a esto pretendidamente salvaje. Cuando uno está realmente en lo salvaje, entonces ello se muestra como Artemisa. Artemisa no es sino la determinación ulterior de la noción de “lo salvaje”, lo agreste, la revelación de su misterio o su imagen interior. Artemisa es a) cazadora que mata, “naturaleza” implacable, b) virgen intocada, prístina, absoluta y c) sin velos. El alma se muestra como lo salvaje (extensión abierta) cuando es cuestión de someterse incondicionalmente a ella. Lo salvaje es la imagen que acentúa que el alma es infinitud y que nos rodea completamente. Y que es abismalmente desconocida y es una realidad implacable. En tanto el alma se muestra en esta forma, requiere que nos expongamos aún más absolutamente, más negativamente a ella. Ciertamente, Artemisa es tan salvaje, implacable y virginal como el bosque primordial. En tanto que Diosa posee la misma infinitud. Pero es la imagen del alma como cognoscible y conocida, revelada, con contornos precisos y con un rostro y con un nombre, la imagen del alma que se presenta, en su verdad, con la misma falta de reserva que ha debido tener aquél que haya transgredido y entrado en lo salvaje. Según el grado en que uno aviste la Verdad desvelada, puede determinarse el grado de incondicionalidad con el que uno mismo se ha expuesto (la noción de “uno mismo”) a lo salvaje.

Lo salvaje que circunda todo, que como tal es vasto y sin contornos, es la imagen aún positiva de la negatividad lógica del alma. O es su negatividad lógica aún imaginada positivamente. Artemis, al contrario, es el secreto interior de esta negatividad, un secreto por el cual la negatividad es absoluta y no sólo una negación común, simple: no algo como la Nada del pensamiento existencialista (el opuesto no-dialécto de Ser). Artemisa es el rostro positivo de esta negatividad. Pero este rostro positivo no es “el otro lado de la misma moneda” y no es el opuesto de negatividad. Es su secreto interior, la profundidad oculta o el núcleo de negatividad lógica misma que se muestra cuando (y sólo cuando) la negatividad se ha vuelto absoluta; ya no es proyectada “ahí afuera”, en el objeto como su vastedad y su carencia de rostro, su envolvente Otredad, sino cuando también ha vuelto a casa al sujeto como la negación de su modo de percibir o imaginar lo negativo. Artemisa es la experiencia negativa de lo negativo, Erinnerung (interiorización) absoluto negativa de lo salvaje. Interiorización, ciertamente, es una noción lógica y no debe entenderse personalistamente como introyección o algo semejante. Lo salvaje que hasta ahora ha estado alrededor de la persona no está súbitamente dentro de la persona como sujeto. La interiorización absoluto-negativa es una operación lógica o alquímica que se opera sobre el “objeto” (lo salvaje) “ahí afuera” por así decirlo; es una operación como la vaporización, la calcinación o la sublimación. En Artemisa la negatividad, si se la ha penetrado con suficiente profundidad (es decir: absolutamente) se revela como siendo en sí misma no sólo nada, un vacío, carencia de contornos. Esto es lo que la hace absoluta (negatividad absoluta) -absuelta de la oposición entre negatividad y positividad. El hecho de que Artemisa sea la profundidad positiva de la negatividad absoluta no implica que sería menos “negativa” que lo salvaje, o que no sería negatividad.

Para Kant, la cosa-en-sí no puede conocerse. Limitó el concepto de conocimiento o cognición sólo al mundo como apariencia, con la consecuencia de que el concepto de conocimiento ya no significa verdadero conocimiento, o conocimiento de la verdad. La noción kantiana de la noción no puede así ser la noción de la psicología sobre la Noción. Las psicología no debe abandonar la noción de la verdad desnuda. Y no debe reducir la Verdad a un mero ideal que puede aspirarse, pero nunca alcanzarse, como lo implicó Jung al decir que la meta sólo importa como idea, y que el camino es lo que realmente cuenta, lo cual fue confirmado por Hillman. Una visión tal, casi popperiana, implica la traición a la psicología y también la traición al alma. El alma quiere conocerse a sí misma, y no se satisface con anhelar este auto-conocimiento, sino que necesita el encuentro real, cumplido, con la verdad desnuda.

Nuestra psicología está tan degenerada que ha reemplazado el conocimiento acerca de esta necesidad por parte del alma con la idea desencaminada y a la vez inflada de que nosotros debiéramos conocernos a nosotros mismos. Esto no quiere decir estar en contra de conocerse a sí mismo. El auto-conocimiento es extremadamente importante. Pero siendo algo que tiene que ver con madurez, civilización y diferenciación, por así decir, debiera ser una condición previa pedagógica para la psicología, pero no una tarea psicológica en sí mismo. Nosotros como gente, domesticados, positivizados: auto-observación narcisista e introspección. Ese es un modo de huir del alma, de trampear presentándole algo que sólo parece ser lo que en verdad necesita, es decir “auto-cognición”, pero que en realidad ofrece otra cosa, porque el ego usurpa el lugar que efectivamente le corresponde al alma (tanto como sujeto y como objeto del auto-conocimiento), de modo que se deja al alma afuera. Es un truco astuto: se retiene la idea de auto-conocimiento, pero se hace que el “auto” se refiera a “mí-mismo” en lugar del “el mismo del alma”, o sea al alma conociéndose a sí misma. No se libera al “auto” en la palabra “auto-conocimiento”, sino que se lo ata al ego. Se lo mantiene con correa. El tipo de “conocimiento” del que ahora se habla entonces ya no tiene más nada que ver con un encuentro con la verdad desnuda. O bien es un emprendimiento sensato y útil, aunque más bien banal, o bien es el autoembrollo narcisista e inflado mencionado más arriba. En ambos casos, sólo puede ocurrir fuera de lo salvaje, de lo agreste infinito del bosque primordial.

La Verdad es lo finalmente reprimido. La psicología tiene que ser psicología cognitiva en un sentido hasta ahora nunca dado al término. Tiene que ser psicología teórica. Giegerich insiste: la psicología es una disciplina de la verdad -pese a Jung quien frecuentemente se preciaba de su auto-restricción (¿autocastración?) empírico-cientificista de la psicología, inspirada por Kant, con respecto a la verdad “metafísica” ( si bien personalmente sentía, con respecto a Dios, que él no creía sino que sabía); y a pesar de Hillman, quien declaró explícitamente de la psicología que “no es una disciplina de la verdad” en su Re-visión de la psicología. Sólo en tanto que una psicología “con verdad” puede la psicología obtener el estatus de una disciplina teórica. Y sólo puede estar en lo agreste, en lo salvaje, como teoría. Sin ello, se vuelve inevitablemente una mera técnica, algo que uno hace (¡acción!) para lograr resultados prácticos, a pesar de todas las advertencias. Hay que reconocer que la mayoría de los junguianos, si no todos, son meros burócratas aún con el pretexto religioso de “hacer el bien”. No están ni han estado interesados realmente por el pensamiento, ni por el poder de pensamiento de Jung y con lo que éste exige de los sucesores de Jung.

Sin la cuestión de la verdad, la psicología junguiana tenía que corromperse hasta ser un jardín de recreo de la mente empresarial, de los pragmatistas, de meros administradores de los desordes psíquicos o del “crecimiento” psíquico (si bien con un disfraz religioso o humanitario o incluso con un disfraz “poético”). Sin compromiso con loa idea de verdead como el estándar, “el poder del pensamiento” es una frase sin sentido. Y sin ello, la psicología no tiene oportunidad.

Por supuesto, Hillman tiene razón en que la psicología no es una disciplina de la verdad al modo en que lo son o solían serlo la ciencia y la teología o la filosofía metafísica. Esto es especialmente cierto puesto que la ciencia no busca realmente la verdad, ni siquiera la corrección, sino sólo la confiabilidad y la predecibilidad -que es algo muy diferente, y en tanto que la teología, aún cuando se orientara hacia la verdad, no quiere realmente relacionarse con ella mediante el conocimiento, sino sólo mediante la fe, lo que significa que no quiere entrar en lo agreste. De modo que uno disciplina ha abandonado la noción de verdad, la otra ha abandonado el modo que el cual solamente la verdad es. Y el Jung oficial -no el privado- también operó tímidamente con una reserva mental. Dijo que la psicología debía ocuparse sólo con la imagen-de-Dios in el alma, no con Dios como real. Eso es una escapada. Más privadamente o indirectamente, sin embargo, Jung conocía acerca de la gnosis thou theoû, el conocimiento sobre Dios. ¿Y cuál podría ser el estatus de “Individuación” si estuviera desprovista de la noción de Verdad? Sólo podría ser una individuación en broma o de juego, en el patio de recreo de “nuestro interior”, nuestra subjetividad, y ello a pesar de todas las imágenes surgidas del inconsciente colectivo durante el proceso de individuación.

Y en la psicología arquetipal los Dioses ahora sólo son ”imaginales”, “ficciones”, “como-sis”, "dioses” estilo realidad virtual, puesto que la noción de verdad se ha eliminado con intención sistemática. Pero ¿qué son los Dioses si están privados de Verdad? Ciertamente, tomar cualquier cosa literalmente es pecar contra el espíritu, y tomar a Dios, en particular, literalmente, bordea la blasfemia. Dios no es una positividad. ¿Pero es una mejora acaso postular “Dioses imaginales”? ¿O no resulta más bien inferior a tomar a Dios literalmente creyendo en él? Uno no tiene que defender el modo de creer en Dios a fin de pensar que los Dioses como “metáforas para modos de experiencia” es la idea sin-compromiso-alguno acerca de los Dioses, idea que corresponde a la mentalidad “post-moderna” de la era de la TV, la mentalidad del “último hombre” de Nietzsche, el que guiña los ojos. Lo que hace falta en lugar de una eliminación positiva de la verdad como tal (es decir, negación simple, no dialéctica) es la corrupción alquímica (ciertamente mucho más difícil y sutil), la negación negativa de su antigua noción, que se caracteriza por su positividad, e ipso facto el desarrollo de una noción no positiva, negativa, de verdad. La corruptio es una forma de cancelación y trascendencia lógica (sublation, Aufhebung). Mientras que una negación simple o positiva destruye sin ambigüedad, elimina o ignora lo que es negado, la corruptio alquímica preserva la substancia misma mientras la corrompe. Por ello la negación que ocurre en alquimia es ella misma negada. Es negación dialéctica. Y la corrupción no se dirige a la sustancia misma, sino sólo a su estado químico (o, hablando psicológicamente, a su estatus lógico). La corrupción alquímica y la superación (sublation) lógica buscan la transformación en el sentido de elevar la misma substancia a un estatus superior. Pero el estatus superior no puede alcanzarse mediante una mera promoción exterior. Requiere una completa descomposición interna del antiguo estatus de la substancia. En alquimia y en la lógica dialéctica, el camino hacia arriba es el camino hacia abajo. El problema no es que la verdad figure en la psicología. El problema es la insensata idea positivista que tenemos comúnmente acerca de la verdad (“verdad científica”, “dogma”, etc.).

sábado, 14 de marzo de 2009

Psicología y verdad (3): Artemisa y el significado de lo agreste


Continuando con la epifanía de Artemisa, Wolfgang Giegerich se pregunta cuándo la psicología avanza hacia lo salvaje, lo agreste, y ofrece dos respuestas:

1) Cuando no quiere ser una teoría “objetiva” que versa “sobre” la realidad psicológica, sino más bien una teoría que se expone ella misma incondicionalmente a su materia, a su tema: el alma (tal como aparece ya sea en los grandes documentos arquetipales del alma en nuestra tradición, o en cualquier situación vital concreta); cuando ella misma, en tanto se sujeto, se sujeta incondicionalmente a su objeto en tanto que verdaderamente desconocido, con todos los dilemas y contradicciones en que pueda involucrarnos la noción de este tema, con su incómoda dimensión “metafísica”, su peligrosa cercanía a la superstición y el “ocultismo”, su dialéctica “loca” -esto es: cuando se somete a la absoluta negatividad de su propia materia, de su propio tema. En el caso del mito de Acteón, la psicología está en lo agreste cuando permite que Acteón sea (la imagen de) la psicología (más que una persona) que avanza por el bosque.

Si Acteón no fuera el alma misma como psicología humana que se aproxima a sí misma en tanto que Verdad (o que se expone a la impredecible verdad de su noción), entonces obviamente no sería una psicología que avanza en lo agreste, sino que no existiría lo agreste en absoluto. Pues si Acteón es visto como una mera persona, ciertamente se aventuraría en lo salvaje; pero ésto “salvaje” no es lo verdaderamente agreste. Sólo sería ese tipo de selva para la cual es usado como monigote que se aventura, mientras que la psicología misma se resguardaría a salvo por detrás y se limitaría a observar y registrar lo que él experimenta en el bosque. Pero lo agreste no es un lugar dado: existe si y sólo si la psicología se somete totalmente ella misma (con todos sus ocultos supuestos subyacentes, con su auto-definición implícita y la misma noción de alma, etc.) al proceso de una auto-experiencia radical, al que debe permitírsele que en principio desmonte uno cualquiera o todos estos supuestos. Nada debe verse eximido. No hay lo salvaje, si la idea misma de alma y de psicología no está continuamente en juego, también, en cada situación psicológica concreta que emerja para la discusión. En tanto la psicología (su constitución lógica) se mantenga a salvo de ello (como ocurre cuando se la concibe como una ciencia antropológica), ipso facto permanece o se establece en la esfera domesticada, como psicología-cercada, que es una contradicción en los términos. Lo salvaje, lo agreste, implica sin reservas, perros sin correa que podrían así abalanzarse incluso sobre su propio amo. En la ciudad y en los parques de la ciudad, en cambio, los perros tienen que mantenerse sujetos con correa.

Una psicología que mantiene los fenómenos psicológicos adheridos al ser humano como “su psicología” está atada a la correa de esta persona en tanto que persona. Por patológicos y destructivos que puedan ser estos fenómenos psicológicos para la persona empírica, no se les permite nunca sin embargo que se vuelvan contra su estatus ontológico como persona (es decir: como entidad) y desgarren este estatus, porque su ser-persona sirve como la vasija contenedora por definición no afectada para un proceso que, de otro modo, posiblemente sería turbulento, incluso desastroso. La psicología misma se proteje así de verse desgarrada por su propio tema, de ser descompuesta (superada, sublated) por el alma como negatividad lógica o “pre-existencia”, porque se la concibe ya como la vasija contenedora intacta y no afectada de la “realidad psicológica”. Por lo mismo, una psicología que quiera ser una ciencia tiene que determinarse como inmune en su estatus lógico fundamental, a pesar de toda su apertura a nuevos datos experimentales cuando ejerce su método científico.

Si tuviéramos que describir en términos alquímicos lo que significa lo salvaje, tendríamos que decir que es cuando el mismo artífice o el artista entra dentro de la vasija y así finalmente se vence la separación entre la vasija (hablando psicológicamente: tanto él mismo como vasija cuanto el campo de la psicología como vasija), por un lado, y lo que está dentro de la vasija, por el otro. La materia prima empuja a la vasija misma dentro del proceso de descomposición y vaporización que originalmente se creía que tenía que contener a toda costa. La vasija cede. Se cancela la distinción entre yo y “mi proceso”, “mi desarrollo”, “mis problemas personales”. Se abandona la disociación entre la psicología como campo y la “psicología de la gente” que este campo debe estudiar. La psicología se supera y trasciende (sublates) a sí misma en tanto que “psicología inmediata” (como estudio de la “psicología de gente”) y de ese modo se asienta en su arché. Pues el arché, el comienzo, de la psicología es su auto-superación, la superación y trascendencia de la idea del “ser existente”, en otras palabras, del “prejuicio antropológico”.

La noción de la psicología como el estudio de lo que ocurre dentro de la gente impide que la psicología sea psicoanálisis “salvaje”. Por eso Giegerich ataca la interpretación personalista de Acteón, en tanto que empequeñece y reduce este mito. Frustra así su mismo propósito. Si bien aún habla acerca de lo salvaje, lo hace del modo como podríamos mirar películas sobre la naturaleza salvaje y sobre animales depredadores, desde la seguridad del sillón de la sala de estar. Esta no es la presencia real de lo salvaje, no es más que un fantasma, o una versión de juguete. Lo salvaje sólo está verdaderamente presente cuando nosotros, el sujeto que experimenta, estamos plenamente expuestos a su realidad. Mejor dicho, no nosotros como personas, sino nuestra misma psicología, nuestra noción de psicología. De otro modo no funciona. El mito de Acteón no admite una interpretación personalista de Acteón, como si éste fuera un puer, un muchacho curioso, (o la psicología de un puer) etc. Lo “salvaje”, la “Diosa desnuda”, los “perros sin correas” requieren que no haya contención. Exigen darse cuenta de que lo entra en el bosque primordial es la psicología como totalidad, y no meramente la persona abstracta (abstraída) que tiene una psicología o que “hace” psicología (sea como afición o como profesión). De no ser así, se llegaría a la idea contradictoria de lo salvaje “controlado” o “domesticado” -una idea que, si se la toma en serio, necesariamente se autodestruye.

La segunda respuesta a la cuestión sobre la imagen de lo salvaje es que la psicología transgrede y entra en la agreste primordial en el momento en que acepta sin reservas la cuestión de la verdad. En el mismo momento en que está dispuesta a enfrentar honestamente esta cuestión, ha abandonado los confines seguros del mundo civilizado y cercado y ha violado la ley no escrita de la modernidad, que prohíbe la cuestión de la verdad bajo todo tipo de precauciones metodológicas y advertencias en contra de la hybris humana. Pero lo que se presenta como la humilde intuición de nuestras “limitaciones humanas” y de “la naturaleza finita de la existencia humana” es en verdad un mandamiento. Es la prohibición de dejar el reino cercado de lo humano-demasiado-humano. Aventurarse en lo agreste significa precisamente dejar atrás lo humano-demasiado-humano y el dogma de la naturaleza meramente finita del hombre. Significa nada menos que transgredir y adentrarse en la “infinidad”, en la “eternidad”, en la espera de lo absoluto. Significa encarar “el todo” o morar a la vida y vivirla como “el hombre integral” (the whole man). ¿Qué otro significado podría tener el término agreste, lo salvaje? ¿Emborracharse? ¿Drogarse? ¿Flipar o cualquier otro salvajismo literal?

Cualquier otra movimiento que no ingrese efectivamente en la infinidad no abandona en verdad el mundo domesticado. El dogma de la naturaleza sólo finita de nuestra existencia es la cerca que ponemos alrededor nuestro, y al escondernos tras ella creamos la esfera lógicamente (no necesariamente fácticamente) segura y confortable de la vida común que por definición está protegida de lo agreste. Verdad, lo absoluto, infinidad: aquí es donde comienza lo crudo, lo sin cocinar. Aquí es donde yace nuestra frontera. A fin de aventurarme en lo salvaje no tengo que ir a la selva brasileña o escalar las montañas más altas o practicar puenting (puentismo). No necesito meterme en el esoterismo New Age. No tengo que tomar drogas psicodélicas. Puedo permanecer exactamente donde estoy, en mi situación real. Todas las cosas mencionadas que podría hacer nunca me sacarían de ese mundo del cual se ha dicho adecuadamente que su frontera está cerrada. Y se cierra más y más cada día. Y tales experiencias extremas, sensacionales, sólo contribuyen a su ulterior cierre. Pero mientras la frontera se cierra, una nueva frontera, nuestra frontera de hoy, se está abriendo.

Giegerich afirmó anteriormente que hay dos respuestas a la pregunta de cómo y cuándo la psicología avanza en lo agreste. Acaso sólo hay una, admite luego, ya que la segunda respuesta comprende a la primera en su interior. En el momento en que nos dejamos ser enfrentados por la cuestión de la verdad, no hay más sitio para el psicologismo, para ese tipo de “psicología” reductiva, domesticada que estudia los sentimientos, las ideas, las imágenes, etc. de la gente. En el momento en que nos preocupa la verdad de esos sentimientos, ideas, fantasías, imágenes (tales como la imagen de Dios), no es tan sólo Acteón (o Ud. o yo) en tanto que individuo quien entra en el bosque. Es nuestra psicología como tal, su lógica, que se somete a sus propias necesidades inherentes y a las complejidades de su esencia interior. El correlato de la verdad absoluta sólo puede ser algo que en sí mismo que para empezar sea noético: la misma psicología, no la persona humana.

En lo agreste uno se encuentra con la Verdad absoluta, pero también sólo la Verdad transforma la esfera en que uno entra en lo salvaje primordial, en primer lugar. Lo absoluto de la Verdad o la totalidad de “el todo” (the whole) es lo que constituye “lo salvaje”. Puesto que la verdad no es relativa, no hay aferre, nada positivo a lo cual pudiera ligarse seguramente, a lo que pudiera referirse. Es pura negatividad. Esto salvaje y agreste no es una localidad geográfica particular que exista en alguna parte. Es cualquier lugar si y sólo si se lo afronta en el espíritu de un compromiso incondicional con la búsqueda de la Verdad. Es el reino de la “pre-existencia”. Lo salvaje es donde yo como adepto, como consciencia, como mi teoría psicológica, entro à corps perdu dentro de la retorta.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Psicología y verdad (2): La epifanía de Artemisa desnuda


Habiendo ya comentado las dos primeras determinaciones del mito de Acteón y Artemisa, en la interpretación de Giegerich, por el momento dejamos la tercera determinación para discutirla sólo después de ver la cuarta.

Cuarta determinación: La epifanía de Artemisa desnuda, o la revelación de la verdad más íntima del Otro.
La Noción no es sólo aspiración al conocimiento, intención y deseo de conocimiento, sino que también es el cumplimiento de esta intención: el conocimiento real o el acontecimiento de la Verdad. En otras palabras, la Noción es la unidad contradictoria de un anhelo y de su satisfacción, la búsqueda aún no consumada y el encuentro consumador. Acteón en su vagabundeo por el bosque infinito se topa con la Diosa desnuda.

Este es un punto clave. Desde el comienzo hay que darse cuenta de que este mito contradice posiciones tan diversas como las de Jacques Lacan, que enseñaba que hay deseo, pero que el deseo es fundamental y necesariamente imposible de satisfacer, y la de Jung y de Hillman, para quienes la meta sólo es importante como idea, mientras que lo realmente cuenta es el camino. El mito de Acteón y Artemisa, según Giegerich, documenta que puede haber, y que hay, satisfacción y cumplimiento. Incluso puede decirse que la meta sólo es importante en tanto es efectivamente alcanzada.

La primera cuestión para una lectura psicológica de la historia es: ¿“quién” es Acteón, ”quién” es la Diosa? Es decir: ¿quién encuentra con quién? Si bien pareciera que la cuestión de quién sea Acteón debía haberse discutido en la exposición de la primera determinación, la razón para responder sólo ahora a esta pregunta yace en que quién sea Acteón no puede separarse de quién es Artemisa. Se definen mutuamente el uno a la otra y viceversa. De modo que ¿quién encuentra a quién? La respuesta es: aquí el alma se encuentra a sí misma, como la búsqueda del Otro. En tanto que cazador, el alma se encuentra y se comprende (y abarca) a sí misma en tanto que verdad desnuda (Artemisa en su virginidad), como verdad absoluta, como "la cosa-en-sí" kantiana (en contradicción con la “apariencia”)

Acteón y Artemisa no son realmente dos seres separados y diferentes (de hecho, opuestos), masculino frente a femenino, humano frente a Deidad. Ambos juntos son el alma, una y la misma alma (el alma, en Giegerich, es por definición singular; si se habla de almas en plural, entonces se alude a algo totalmente distinto); el alma que no obstante aquí se despliega en una sizigia de opuestos a fin de darse cuenta de sí misma en tanto que Noción. El alma no es Una de la misma manera que imaginamos que las cosas son una. No es doble, ni tampoco es múltiple. Es auto-relación en cuanto tal, lo cual sugiere que aquí se habla de una “estructura” lógica y no un comportamiento psicológico empírico, y para nada de mi relación conmigo mismo. Auto-relación no significa que primero hay alguien o algo (un yo o una entidad llamada “alma”) que luego entonces se relaciona consigo misma. Es exactamente al revés: el alma es auto-relación. Es una relación lógica, y no una entidad.
El alma es auto-relación como tal, y por ello es la unidad de unidad y diferencia, o vida (lógica). Nuestro mito es aquél momento arquetipal en la vida lógica del alma, el momento de “formación, transformación, eterna recreación de la Mente eterna” en el alma -como dijo Jung en muchas ocasiones usando la formulación de Goethe, es ese momento que podría llamarse “el momento de la Verdad”. En los diferentes mitos e imágenes arquetipales, el alma habla sobre sí misma, como también ya dijo Jung en CW 9i §400. Todos estos mitos e imágenes muestran lo mismo: la naturaleza del alma. Los mitos no hablan acerca de áreas de la vida humana ya positivizadas y compartimentadas, acerca de nuestra sexualidad, del complejo de poder, de las relaciones humanas, etc. El alma habla tautológicamente sobre sí misma, su propia y misma naturaleza. Despliega la lógica de su naturaleza en tanto que alma, es decir: psicología. (psique = alma, logia= lógica)

Pero en tanto que el alma no es un tipo de “cosa”, nada positivo, sino que es vida lógica, tiene que desplegar su plena naturaleza en muchos mitos e imágenes, cada uno presentando la misma naturaleza del alma tal como aparece en algún otro de los momentos de su vida lógica y desde la perspectiva de uno de esos momentos. Cualquier “momento arquetipal” de la vida del alma despliega la verdad total acerca de la naturaleza del alma, pero sólo tal como se destaca desde el punto de vista de este momento particular. El “momento de la Verdad” es ese momento arquetipal que -además de mostrar toda la verdad sobre el alma- también muestra esta verdad desde el punto de vista particular del alma en tanto que Verdad absoluta o conocimiento cumplido, efectivo, la Noción.

El alma tiene muchos otros momentos desde dentro de los cuales puede mostrarse toda la verdad acerca de su naturaleza. Además de descubrirse a sí misma como verdad absoluta (Acteón y Artemisa):
- también se viola a sí misma en la profundidad del submundo (Hades y Kore),
- se persigue a sí misma hacia una auto-reflexión de su naturaleza instintiva (Pan y sus ninfas),
- se seduce a sí misma dentro de su propia profundidad (el pescador y la sirena),
- voluntariamente se ata al mástil de un barco a fin de experimentarse como encanto embrujador absolutamente irresistible (Odiseo y las sirenas),
- se muestra como un monstruo que debe vencerse, a fin de ponerse a prueba respecto a desarrollar una voluntad heroica y conquistarse a sí misma (las tareas de Hércules),
- disfruta de un hieros gamos (matrimonio sagrado) eterno consigo misma (Urano y Gea),
- Interrumpe cruelmente su propio hieros gamos consigo misma (Kronos usando su afilada guadaña con Urano),
- celebra su propia auto-perfección (la pareja divina, por ejemplo Zeus y Hera),
- se deleita en su propio complemento (belleza y guerra, Afrodita y Ares),
- entra en una relación incestuosa, prohibida, consigo misma y así se abrea a la dimensión de la trascendencia (mysterium coniunctionis; el nacimiento de la criatura-del-alma en el Rosarium),
- se impregna concibe y reproduce a sí misma (por ejemplo Zeus y Semele/ Danae/Alcmena),
- se sacude violentamente y se penetra a sí mismo (Poseidón y Gea),
- se pierde y se reconquista, pero sólo en tanto que inevitablemente perdida para sí misma, en otras palabras, como superada (sublated) (Orfeo, el poeta, y Eurídice),
-se confronta a sí misma con su propia superabilidad y se sacude a sí misma de estar inocentemente auto-contenida (Barbazul y su mujer),
y así sucesivamente.

El mito de Acteón es el mito del “momento de la Verdad”. En ambos lados tenemos el alma. El alma bajo la apariencia del cazador humano se encuentra a sí misma, el alma como la divina verdad desnuda. Como tal, este es el mito que establece la noción de verdadera psicología. Psicología es el alma conociéndose a sí misma. Es, más específicamente, el encuentro del alma con, o el conocimiento de, sí misma como verdad desnuda, en su “virginidad” (es decir, anterior a cualquier embrollo o compromiso con cualquier otra cosa y aparte de cualquier concepción previa o prejuicio). Estar “desnuda” es inherente a la noción de la virgen (así como a vida en el paraíso o al reino de la “pre-existencia”). Adán y Eva sólo necesitaron ropas después de la Caída. Acteón es la imagen del alma como psicología humana, como el deseo empírico de conocer la verdad sobre sí y como la teoría que de hecho ha sido capaz de desarrollar acerca de sí, hasta el momento actual en la vida real. Empero, Acteón el cazador es la imagen el alma no sólo como cualquier teoría psicológica. Es el tipo de theoria que se expone a sí misma sin reservas y sin limitaciones sistemáticas (tales como las que garantizan la “objetividad científica”), à corps perdu, a lo implacablemente salvaje de su propio objeto de estudio (es decir, sea cual sea la manifestación concreta del alma de la cual en cada caso particular es la teoría). Es el alma como theoria acerca de sí misma que, gracias a esta auto-exposición implacable y a aventurarse al bosque virginal, realmente ve al alma misma en su pureza y divinidad, y por eso se da cumplimiento, se vuelve verdadera psicología, cumple su noción. En tanto el alma es auto-relación, es en sí la unidad de sí misma y de la theoría (psicológica) sobre sí misma. El alma no es sólo el objeto de la investigación psicológica, no es sólo su propia mitad. Es ambas cosas a la vez: aquello que conoce (o que quiere conocer) y aquello que ha de conocerse. Su conocimiento de sí no es una adición secundaria, que viene después del hecho, después de su exsitencia y de su esencia. Existe sólo en tanto que auto-conocimiento (“el alma piensa siempre”). En el reino del alma lo que viene después (hysteron) viene primero (proteron): es sólo el conocimiento que el alma hace de sí lo que produce su existencia como la existencia de lo que ha de conocerse.
¿Por qué se representa la psicología humana en la imagen de la caza? Porue la psicología está a la búsqueda del alma, es tá a la caza de la verdad del alma. Inicialmente aún no ha llegado. La psicología comienza sin conocer lo que se supone que conoce. Parte de la positividad de la vida cotidiana preocupada principalmente con situaciones pragmáticas y de supervivencia en el sentido más lato de la palabra, de lo que la alquimia llama la unio naturalis, y tiene que laborar su camino a partir de ahí, a partir de un enfoque empírico y causal a través de lo imaginal (estadio de albedo) hasta una psicología que conoce el alma. La psicología tiene que abandonar la “esfera civilizada” de lo positivo y lo “natural” (en el sentido psicológico, alquímico de la palabra) y adentrarse en lo agreste y salvaje de la negatividad lógica del alma.

Un corolario de esta afirmación es que la psicología humana no es una actividad del ego. Ni es tampoco ego-psicología o psicología del ego. Es la obra del alma misma, el alma en búsqueda de sí misma y descubriéndose en su implacable verdad. Giegerich afirma que donde haya algo que bajo el nombre de psicología sea una actividad del ego, o bien no es verdadera psicología, o bien es el alma inconsciente operando a través del ego. Esto es, hasta la ego psicología y la psicología cientificista son “inevitablemente” manifestaciones del alma hablando sobre sí misma. Pero por supuesto, hay una gran diferencia entre una psicología concebida como el ego cientificista hablando sobre el alma, y una psicología que se sabe como alma hablando sobre sí misma. En el primer caso el ego, que sólo es una estación en el pasaje de la auto-reflexión ourobórica del alma, o el portavoz para su soliloquio, “la conversación del alma consigo misma” (como dice Platón en su Teetetos 189e y en El Sofista 263e), engañosamente se toma como un término autónomo en una supuesta “relación entre sujeto y objeto” imaginados como una dualidad literal. Naturalmente, este engaño nuevamente es producido por el alma misma para sus propios fines. Uno de los “mitos” o ficciones que el alma crea en su soliloquio es el de El ego, el del sujeto autor. Y porque es el alma la que crea esta fantasía, la fantasía de “el ego” surge con una expresa convicción, con un convincente sentido de realidad. La otra forma de psicología, que se sabe como el alma que habla sobre sí misma, el alma que se busca a sí misma y se descubre a sí misma en su verdad implacable, sólo puede ocurrir sempre que nuestras empresas psicológicas humanas verdaderamente se aventuren en lo agreste y lo salvaje original. La psicología tiene que ser “psicoanálisis salvaje” en la constitución misma de su lógica. No puede construirse como una ciencia, es decir, domada y civilizada, mirando desde fuera de la cerca -desde la seguridad e inmunidad que garantiza este punto de vista- al reino cercado de una realidad finita y ya poseída previamente, llamada “la psique humana”. Su lugar es el reino de la pre-existencia, y no la esfera del tiempo empírico.


domingo, 8 de marzo de 2009

Psicología y verdad (1): Acteón y Artemisa

Con frecuencia he hablado en este blog del tema de la verdad, y en especial de la verdad no-representacional, es decir, no entendida como “adecuación” entre “el pensamiento” (o un enunciado) y “la cosa” (lo enunciado) -una verdad que daría por supuesta una escisión entre un conocedor y lo conocido, y que sería entonces una “correspondencia” entre dos polos ya dados y nunca puestos en cuestión. Por ello con frecuencia he mencionado a Hegel, a Heidegger y, especialmente, a Wolfgang Giegerich.

Es éste gran psicólogo quien ha puesto en primer plano el tema de la verdad y la psicología, haciéndose eco de la antigua afirmación platónica: “el alma es el órgano de la verdad”. En su obra “The Soul's Logical Life” (La Vida Lógica del Alma), Giegerich considera que el mito de Acteón y Artemisa no es sino el mito del Concepto (viviente), de la Noción (idea), y como tal de la noción de Verdad -y de la noción de una verdadera psicología. La noción de Verdad y de psicología verdadera se presentan en las imágenes de la caza y de lo agreste. Puesto que interpretar una historia significa “dar la noción -el concepto- de la historia”, la interpretación de este mito equivaldrá a dar la noción de la caza y, por lo mismo, la noción de la Noción.

Puede resumirse el mito de Acteón y de Artemisa, según lo narra Ovidio en sus Metamorfosis, de la siguiente manera:
Acteón es un joven que se preparaba para ir de caza y se encontró con la Diosa Artemisa (Diana) mientras ésta se bañaba con sus ninfas. Mientras Artemisa se bañaba allí, Acteón, nos cuenta Ovidio, “con pasos inseguros a lo largo del bosque desconocido, se encontró en el bosquecillo sagrado -obra del destino. Tan pronto como se acercó al bosquecillo, humedecido por los arroyos, las ninfas a su vista se golpearon sus pechos, ya que estaban desnudas, y llenaron el soto con sus gritos. Entonces entrelazaron sus cuerpos en círculo alrededor de Diana. Pero la Diosa era más alta que ellas, y su cabeza y sus hombros sobresalían... Tomó agua de la fuente, empapó con ella al rostro masculino y salpicó el cabello de Acteón con la humedad... Y sobre la cabeza mojada le hizo crecer los cuernos de un viejo ciervo”. Transformado ahora en un ciervo, Acteón ya no fue reconocido como su amo por sus propios perros de caza, que se volvieron contra él y lo desgarraron...

Giegerich insiste en el principio de que lo que narrativamente parecen diferentes acontecimientos o estadios en un desarrollo, tienen que considerarse psicológicamente como diferentes determinaciones o “momentos” de una y la misma “verdad”, y que en el caso especial del mito de Acteón, esta “verdad”, que narrativamente se ha traducido en una historia dramática, es la verdad particular o la noción de la Noción el Concepto -la noción de la Verdad misma. Así, pueden distinguirse seis “momentos” que reclaman atención, en esta historia:
1) La caza. El cazador
2) El ingreso en la selva desconocida. Lo agreste
3) Este momento por ahora permanece como un misterio que saldrá a la luz a lo largo de la discusión.
4) Contemplar a la Diosa Artemisa desnuda
5) La transformación en ciervo, y finalmente
6) ser desgarrado por los propios perros de caza

Giegerich quiere pensar el mito, habitar sus imágenes y fielmente seguir el movimiento y la interconexión de sus diferentes momentos. Esto equivaldría a dejar que cada determinación del mito se funda en la propia boca. Con esta metáfora acentúa dos aspectos: pensar y comprender no es romper violentamente cada motivo desgarrándolo con los dientes. Es más bien como dejar que se disuelva por sí mismo y que ofrezca él mismo su significado interior. Además, “dejar que se disuelva en la boca” implica un proceso lento. No hay prisa, no hay saltar de un motivo al otro, ni dejarse llevar por la dinámica de la historia hacia su resultado final. Cada motivo o determinación se aprecia en su propio derecho. Tiene su vida lógica y su propio “fin” (telos, finis) en sí mismo. Así, debe agotarse y si ha de haber una transición al próximo motivo, esto debería ocurrir como resultado de este agotamiento, de modo que la determinación presente se abra "naturalmente” a la siguiente desde su propio interior.
Giegerich insiste en que “al concentrarnos exclusivamente en las complejidades internas de nuestro cuento, traemos nuestro interés teórico más amplio. Una de las cuestiones que nos guiará, como debiera guiar todo trabajo psicológico y psicoterapéutico, es la pregunta fundamental: ¿qué es la psicología, qué es el alma?”

La primera determinación
La Noción es el alma en tanto que (deseo de) conocimiento, el alma en ese momento “arquetipal” de su auto-relación en el cual se conoce, se comprende a sí misma. La Noción o el Concepto no debe confundirse con el concepto abstracto de la lógica formal, que es estático y comparable a una mera etiqueta que se pega sobre las cosas, en la medida en que tiene su referente fuera de sí. Por el contrario, la Noción tal como Giegerich la entiende es en sí misma movimiento, el movimiento o camino del alma para hallarse y conocerse. Porque el alma está en camino hacia sí misma, no está aún allí. Por esta razón, no puede entender aún que lo que está en camino es "ella misma”; aún se imagina como una meta lejana, separada de ella. Aparece como un otro, como el Otro, hacia el cual sin embargo se siente apasionadamente atraída o impulsada -y esto es necesario, en tanto que, aunque no lo advierta, este (aparente) Otro es ella misma, o su verdadero ser (Self), su propio ser. Es por esto que Acteón es presentado como cazador. La primera determinación de la Noción es la resuelta intencionalidad, el deseo apasionado de hallar al Otro desconocido, bajo la forma de un otro, de alguna presa.

Ya la idea de una caza (filosófica, y no psicológica), la “caza del (verdadero) Ser” ocurre en Platón, por ejemplo en su Fedón 66 c2. Nicolás de Cusa habló de la venatio sapientiae, la caza de la sabiduría, y Giordano Bruno, que dio una interpretación filosófica muy importante del mito de Acteón en sus Eroici Furori (De los furores heroicos), continuó tal tradición al ver a Acteón como el intelecto en tanto que capacidad racional más elevada, que va a la caza de Artemisa/Diana, como imagen de la nuda veritas, la verdad desnuda. Si bien Giegerich menciona estos antecedentes, deja claro que en su caso el interés no es filosófico, sino psico-lógico, lo cual es en todo caso filosofía superada (aufgehoben, sublated)

Así Acteón se presenta como el deseo apasionado de aprehender y comprender este Otro desconocido (la presa), la voluntad de apuntar y disparar implacablemente, de alcanzar y penetrar: de matar. La voluntad de “matar” es aquí la primera manifestación del compromiso absoluto con el Otro, del anhelo de impartirse uno mismo (todo el propio ser) en el otro en un momento de contacto último.

Segunda determinación: el bosque original o la auto-exposición a la Alteridad (Otredad)
Pero Acteón vaga al azar (Ovidio dice “con pasos inseguros”) a través del “bosque desconocido”. No comienza llevando como equipaje ninguna idea preconcebida acerca de la caza (cómo tendría que ser la caza, qué presa debiera cazar y dónde debiera hallarla). El cazador no se ha enfocado aún en nada particular. Aunque hay un compromiso apasionado con el Otro (primera determinación), no está predefinido positivamente para nada lo que este Otro sea y dónde y cómo se manifestará. Es verdaderamente desconocido. Hay una completa apertura, una receptividad por su parte respecto a qué presa se presentará, si es que se presenta alguna. La idea en cuestión es que la presa debiera presentarse por sí misma, por su propio elección. De otro modo, si Acteón anticipara lo que debería ocurrir, su movimiento hacia el bosque original se traicionaría a sí mismo: aunque literalmente se dirigiera allí, sin embargo de hecho y efectivamente acabaría en o permanecería en el reino domesticado, civilizado, puesto que justamente éste es el reino del control y la predecibilidad. “La Noción” no significa “masacre” o un “animal” que ya está (de hecho o imaginalmente) cercado o domesticado, no significa la comprensión conceptual de un objeto pre-parado. Para Acteón la caza no es meramente un interés práctico a fin de encontrar comida o tener éxito, sino que es también la aventura (que se relaciona con “advenimiento”) de un verdadero encuentro, el encuentro con un Otro que es libre, que es una subjetividad por sí mismo, y que dispone de una verdadera oportunidad. Sólo entonces puede ser un encuentro con la Verdad como tal, con la propia verdad del alma, aún cuando sea la verdad bajo el aspecto impredecible y particular de esta o aquella presa.
De modo que se preserva la apertura, y no se aspira a la total eficiencia. Esto puede hacer más evidente el “barbarismo” de nuestra cultura tecnológica con su despiadado culto de la “eficiencia” (explotación de la selva húmeda, pesca desmesurada industrializada a gran escala, minar una tonelada de la montaña para extraer tres gramos de oro, para mencionar sólo tres ejemplos patentes, a los cuales conviene añadir, hablando de psicología, el nuevo culto de la “eficiencia” en la psicoterapia)
En nuestro mito no hay situación de laboratorio, en la que alguna materia tendría que preservarse inevitablemente en un tubo de ensayo o a cuyas pruebas se someten animales especialmente criados y preservados, para responder a un conjunto de cuestiones previamente formuladas. En nuestro mito no hay hipótesis que tenga que validarse ni hay una caza tal que la presa se vea encerrada por todos los lados y "atrapada". Por el contrario, hay un aventurarse en una extensión infinita del bosque original, un salir hacia "la tierra de nadie", como dice Jung en sus Recuerdos, Sueños y Pensamientos. Usando las formulaciones de Jung, Giegerich puede decir que Acteón es el “hombre... que, impelido por su daimon, va más allá de los límites de” la esfera de lo familiar, y así “entra verdaderamente 'en las regiones inexploradas e inexplorables' , donde no hay rutas en mapas ni ningún refugio que ofrezca un techo protector sobre su cabeza. No hay preceptos que le guíen cuando se encuentre con una situación imprevista...”. Tal aventurarse equivale a una osada auto-exposición a lo desconocido y a sus peligros. Por este auto-riesgo, Acteón no sólo está de hecho y literalmente, sino también esencialmente (lógicamente) en lo agreste, en lo indómito, en la infinitud, en el mundo antes de ser positivizado, definido y compartimentado. Lo agreste no es un lugar determinado. Es un modo psicológico de-ser-en-el-mundo o un estadio lógico desde el cual se contemplan la vida y el mundo. Está en cualquier sitio donde tome lugar la implacable auto-exposición a lo desconocido en su infinitud y con su impredecibilidad. “Lo agreste” (wilderness), lo salvaje, es una metáfora para la negatividad lógica del alma. Acteón entra, por así decirlo, en el reino de la “pre-existencia” en el sentido de lo lógicamente anterior (pre) a lo fáctico, a lo objetivizado, a lo exterior (existencia)
¿Qué es lo que en verdad caza Acteón cuando sale a cazar alguna presa? Está a la caza la vida lógica del alma y de la negatividad de la lógica. Esto es lo que le da a la caza el poder de una pasión compulsiva (Para alguna gente, la caza en el sentido literal tiene aún hoy este poder compulsivo, aunque si se les preguntara en un cuestionario por aquello tras lo cual efectivamente van de caza, no responderían “el reino de la negatividad lógica”). Si Acteón sólo buscara algo positivo, no tendría que penetrar en lo agreste, lo salvaje. Podría matar una vaca o una cabra. Lo agreste es el reino de la negatividad lógica, así como opuestamente todas las cosas positivamente dadas pertenecen a la esfera “domesticada”, que es la esfera de la positividad (la realidad positiva). Hay que tener en cuenta que Acteón no sólo busca algo positivo, pero lo que busca también es positivo. La “presa” (ya sea literal o metafórica) es positiva. Pero no se ve limitada ni confinada en su positividad. Es siempre más. Tiene también una cualidad “numinosa”, que es lo que hace en primer lugar que valga la pena “cazarla”.
Así, las dos primeras determinaciones de la Noción que encontramos en este mito son contradictorias; absoluta dirección y la voluntad de apuntar y matar por un lado; receptividad, falta de dirección y auto-exposición por la otra. Pero estas dos determinaciones son ambas intrínsecas a esta única noción: la caza. La posición representada en la imagen de Acteón, el cazador, no es o bien la de “cercar al Otro” o bien la de “exponerse uno a ello” como a algo que podría sobrevenirle desde cualquier lugar de lo agreste alrededor de uno. No, es la unidad contradictoria de cercar al otro y a la vez estar rodeado por ello por todos los lados. Es un apuntar, incluso un matar al Otro que sin embargo deja al Otro completamente libre e intacto (como se aclarará más adelante). Pensar esta contradicción absoluta es la tarea que, según Giegerich, nos plantea el comienzo de este mito.