lunes, 3 de enero de 2005

Una astrología hermética, por Darcy Woodall

Ante todo quiero agradecer a Darcy Woodall por haberme dado permiso para traducir y publicar en la sección de “Artículos de interés” de la página del Centro, su interesante estudio “Una astrología hermética. Del Renacimiento al comienzo de la Edad Moderna“



“ Así, si la ciencia en sus comienzos no socavó la práctica astrológica y, de hecho, la estimuló en muchos aspectos, ¿cuál fue la razón para la dramática defunción de la astrología? Para esta parte de la historia tenemos que volvernos al asunto del cristianismo y la astrología. “La batalla alrededor de la astrología tocaba todos los aspectos de la cultura” (Garin 1983, 5). Una de las consecuencias más dramáticas del renacimiento hermético fue la extraordinaria repercusión negativa religiosa y política generada por la rebelión protestante, y la contra-reforma lanzada por la Iglesia Católica. Desde el advenimiento del cristianismo antiguo, siempre había habido intensos debates entre los teólogos concernientes al papel de la astrología judiciaria, pero la Iglesia nunca había cuestionado la existencia de una causalidad celeste sobre el mundo natural: el único debate había sido respecto a la relevancia de la causalidad celestial en el alma humana. En tanto los astrólogos no desafiaron la doctrina cristiana que exaltaba la libertad moral de la voluntad humana (“el hombre sabio es el amo de las estrellas”), la astrología podía montarse a horcajadas de un cerco teológico y subsistir con diversos grados de aprobación tácita por parte de la Iglesia.

La Reforma protestante desató uno de los periodos más represivos en la historia cristiana. Dentro de uno cien años después de que Martín Lutero clavara sus estridentes demandas en la iglesia de Wittenberg, habían surgido por toda Europa, eventualmente llegando hasta Norteamérica, iglesias separatistas crecientemente reaccionarias y fundamentalistas. La Iglesia Católica reacción al profundo cuestionamiento de la Reforma sobre su hegemonía con un esfuerzo ferozmente sistemática por purgarse de toda infección pagana (demoníaca, mágica e idólatra) herética: una de las acusaciones más serias de la Reforma (Tarnas, 1990, 238). El cambio en la actitud de la Iglesia hacia la astrología fue sorprendentemente rápido; la Reforma había golpeado duro y los príncipes de la Iglesia estaban muy asustados, por primera vez en cientos de años. En 1585, sólo quince años después de la muerte del Papa Pablo III (que mantuvo un profundo y duradero interés por la astrología) Sexto V sacó la primera bula papal prohibiendo la astrología judiciaria (los astrólogos incluso habían comenzado a hacer predicciones para la Iglesia!). La segunda bula en 1631 amplió la primera y la astrología,, que había coexistido con la Iglesia durante siglos fue tachada de herejía en términos nada ambiguos (Campion 1989, 78; Whitfield 2001, 163). Consiguientemente los textos herméticos, incluyendo aquellos sobre astrología judiciaria, magia “natural” neoplatónica, alquimia y Kabbala fueron censurados en tanto se vinculaban ya no con una forma divina de sabiduría antigua sino con el paganismo, la idolatría, y asociación con los demonios. Se prohibieron todos los modos de adivinación y la astrología perdió rápidamente su lugar en los centros de enseñanza (Couliano, 1987, 202-3). A finales del s. XVI, por decreto papal, la enseñanza de la astrología judiciaria se eliminó de las universidades italianas, tendencia que culminaría con el cierre de la última universidad con cátedra de astrología en Francia en 1770. Los astrólogos, temerosos tanto de la excomunión como de la acusación de herejía (que implicaba sentencia de muerte cierta), comenzaron a renunciar a la astrología.

En el siglo XVI, tanto en la Europa protestante como en la católica, las llamadas brujas se cazaban y quemaban en números alarmantes; una histeria conformada por la misma estrechez que engendró la destrucción puritana de las imágenes religiosas: “En ambos casos la víctima fue la fantasía humana” (Couliano 1987, 91). En 1600, el mundo de la enseñanza fue sacudido por la ejecución mediante fuego de Giordano Bruno, un filósofo hermético que tuvo el coraje de defender su visión de un universo infinito. En Inglaterra, el otrora venerado Dr. John Dee fue tachado de brujo y sufrió la destrucción de su famosa biblioteca a manos de la turba del pueblo. Destruida su reputación, murió en la pobreza y el desconocimiento, y sus considerables contribuciones técnicas, matemáticas y de navegación se descartaron mayormente. Galileo fue juzgado por la Inquisición, no porque fuera un defensor de la ciencia, sino porque osó argumentar contra la doctrina de la Iglesia de un “universo amurallado”. Incluso Newton mantuvo en privado sus experimentos alquímicos “porque tenía una cabeza sobre sus hombres y prefería que permaneciera allí” (Ibid., 81). Hay que recordar también que todos estos hombres se consideraban, ante todo, devotos cristianos.

El re-descubrimiento del hermetismo abrió una profunda bifurcación en el mundo europeo. En una dirección hay una apertura hacia la imaginación, hermosamente explicada por Marsilio Ficino; la otra era hacia la adulación y culto del orden ideal. Al final, los sueños utópicos concretos empujaron a los hombres a una búsqueda fútil de un sistema físico perfecto que, fantaseaban, podrían controlar si tan sólo pudieran descubrir sus leyes. Cuando las leyes de la gravedad de Newton determinaron que las fuerzas físicas causales entre la Tierra y los planetas eran despreciables, se rompió irrevocablemente la relación cósmica entre los cielos y la Tierra. El impacto que los movimientos puritanos tuvieron sobre este periodo fundamental fue enorme; el paisaje psíquico así como la topografía social se transformaron dramáticamente. Cualquier cosa imaginaria o mítica se asociaba con idolatría o superstición: los dos lados de la misma moneda puritana. La represión de la facultad humana de la imaginación forzó una estricta confianza en la primacía de aquello que podía cuantificarse, esto es, “lo real”. El único valor cualitativo aceptable era aquello que era o bien “correcto” o “errado”. Una vez más, la Verdad quedó predeterminada por la autoridad, eclesiástica o científica; la visión individual era o subjetiva o demoníaca. Como la metafísica fue separada de la física, las únicas fuentes relevantes de conocimiento eran o bien científicas: empíricas o verificables, o basadas en interpretaciones estrechas y literales de la Biblia. Los “puritanos”, tanto religiosos como no religiosos, comenzaron a elevar el principio mecanicista por encima de una creencia en el creador que había inspirado la búsqueda de sus leyes. Más notablemente aún, la comprensión del alma cambió, la poética conectiva del alma devino una abstracción (es decir, no real) y el mundo de la naturaleza viviente se volvió un muerto mecanismo causal. Para muchos la vida se volvió des-animada; vacía y carente de significado“

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