viernes, 7 de enero de 2005

Marsilio Ficino: Meditaciones sobre el alma

Traducción de Enrique Eskenazi de la Introducción a "Meditations on the Soul: Selected Letters of Marsilio Ficino", por Clement Salaman.



Pocos hoy leerían un libro de filosofía del siglo XV por algo más que un sentido del deber. Pero las cartas de Marsilio Ficino (1433-1499) de Florencia son una excepción. Están inspiradas filosóficamente por Platón, pero también tienen un atractivo inmediato porque conectan con lo que todos sabemos pero mayormente ignoramos: el conocimiento de nuestra propia alma. En muchas de estas cartas Ficino nos apremia directa o indirectamente a cultivar nuestra alma, un mensaje que en nuestro propio tiempo ha sido retomado con gran elocuencia y poder por Thomas Moore (especialmente en su libro "Care of the Soul"). En el sentido de Moore estás cartas son "animadas" (soulful). Nos invitan a volver a considerar aquellas áreas de nuestras vidas que hemos descuidado o sobre las que tenemos puntos de vista rígidos. Sobre todo, nos aconsejan no perseguir los objetos de los sentidos por sí mismos. Ficino escribe (carta 19), "Sólo puedo considerarlo como el más insensato de los actos, el que mucha gente con gran diligencia alimenta a una bestia, es decir, su cuerpo, un animal salvaje, cruel y peligroso; pero se permiten ellos mismos, es decir, el alma, en tanto tienen una, morir de inanición".
Sin embargo Ficino no es ningún asceta. No es un místico medieval que se aleje con disgusto del mundo. Llama nuestra atención a lo que es verdaderamente bueno y verdaderamente hermoso en el mundo y en nosotros mismos y nos invita a volvernos a ello. Sólo de este modo puede disfrutarse todo, sólo de este modo puede realmente alimentarse el alma. Escribe en la carta 2.34: "Qué vergüenza para los mortales, una y otra vez qué vergüenza, digo, por nada sino por esto: se deleitan en bienes mortales y al hacerlo ignoran el eterno bien mismo".
Ficino no dice que las cosas del mundo no deban disfrutarse, sino que no pueden disfrutarse verdaderamente sin estar referidas a un bien mayor, del cual son parte.
Lo que hace que las cartas de Ficino sean hoy relevantes es que da muchos ejemplos de las maneras en que pueden alimentarse nuestras almas -en situaciones que son tan comunes, usuales y difíciles como lo eran hace quinientos años. Aquí sólo pueden citarse unas pocas, pero hay varios ejemplos. En la carta 1.11 habla de encontrar tiempo para estar solo para la contemplación. Dice "quien desee conseguir a Dios que evite grandes números y movimientos tanto como pueda. Retirémonos por tanto, mi Gregorio, retirémonos en aquella única torre de guardia del alma donde, como dice Platón, la luz no vista brillará incesantemente sobre nosotros"
Hasta los golpes del dolor pueden volverse un ocasión para el cultivo del alma. En agosto de 1473 escribe a Gismondo della Stufa (carta 1.15):

"Si cada uno de nosotros, esencialmente, aquello que es lo mayor dentro nuestro, aquello lo que siempre permanece igual y por lo cual nos entendemos, entonces ciertamente el ama es el hombre mismo y el cuerpo no es sino su sombra. Cualquier desgraciado que esté tan engañado como para creer que la sombra del hombre es el hombre, como Narciso se disuelve en lágrimas. Sólo cesarás de sollozar, Gismondo, cuando dejes de buscar a tu Albiera degli Albizzi en su oscura sombra y comiences a seguirla mediante su propia clara luz"

La posesión consciente de talentos notables puede usarse para alimentar el alma -o para matarla de hambre. Esto depende si quien posee estos talentos los atribuye a su ego y a sus propios méritos, o si reconoce que vienen de arriba y son para servir a Dios. Después de alabar los dones extraordinarios de Lorenzo de Medici en una carta a él fechada el 21 de enero de 1474 (carta 1.26) Ficino continúa como sigue: "Querido amigo, digo que estas cualidades están en ti, pero no se originan de ti. Pues tales maravillas son sólo obra de Dios omnipotente. Hombre excelente, eres el instrumento de Dios, adecuado para realizar grandes obras... Por lo tanto continuarás realizando con éxito estas maravillosas obras, en tanto obedezcas al divino creador"
El dolor de ser insultado y agraviado también puede cambiarse para el bien del alma. Ficino explica en una carta a su amigo Giovanni Cavalcanti (carta 10) escrita en marzo de 1474:

"Dices que uno de tus parientes se sintió herido los otros días por los insultas de alguna gente insolente. El hombre que actúa injustamente, Giovanni, se hace injusticia a sí mismo; porque perturba el alma y le estampa a marca de una mala disposición. Es por esta conducta deshonrosa que sufre odio, peligro y desgracia. Aquél que acepta la ofensa, la recibe de sí mismo y no de quien le ofende. Pues el alma racional -que es el hombre mismo- no puede ser ofendida a menos que él considere que la injusticia es un mal para él: y esto depende de nuestro juicio. Por lo tanto, que ningún hombre culpe a otro, sino a sí mismo: pues ningún hombre puede ser ofendido sino por sí mismo, y que el que se queja piense cómo puede castigarse, esto es, mediante disciplina y corrección, en lugar de idear castigo para el ofensor.
¿No has visto a los niños patear a una piedra que se les ha arrojado, aunque no les haya golpeado? Aun cuando no han sido lastimados por la piedra, se hieren a sí mismos al patearla. Del mismo modo el imprudente, cuando el asno le da una coz, golpea al animal con su puño, o más bien se golpea a sí mismo. En verdad, es de sus propias opiniones de donde recibe tales heridas que, como pelotas, rebotan contra quien las arroja. Acaso dirás que es difícil no desear venganza. Pero no hay duda de que si los hombres perdonan Dios, que es el más justo, restablecerá el equilibrio un poco más tarde"

El cuidado de Ficino por las almas de la humanidad provenía de un profundo amor. La base de este amor era que veía a los demás en sí mismo. Dice que el amante forma en su corazón una imagen del amado. Al ver esta imagen el amado se reconoce en el amante, pero se purifica y transforma por ese mismo amor. De este radiante sí mismo se enamora. Así, la pareja se vuelven ambos amantes y amados. Pero este Yo radiante es divino. Está siempre presente, siempre pleno, siempre gozoso. De acuerdo con Ficino doquiera que haya dos amigos, Dios siempre es el tercero. Por ello la verdadera amistad siempre es divina. Pues la amistad no es sino el amor hecho firme y pronto. No es fácil ver límites en el amor o en la amistad de Ficino. En muchas de sus cartas se asegura de afirmar que el amigo a quien se dirige y él mismo son uno. La gran fuerza del amor es universal. Ficino dice en el segundo discurso de su "Comentario sobre El Banquete de Platón" (al que suele referirse como "De amore") que "la Divina Belleza (que es Dios) crea Amor en todo, esto es, deseo por Sí misma, porque si Dios atrae el mundo hacia Sí, y el mundo es atraído por El, hay una continua atracción, comenzando con Dios, yendo hacia al mundo y acabando al final en Dios, una atracción que regresa al mismo sitio de donde comenzó como si fuera una especie de círculo".
En otras palabras, todo el acontecimiento de la creación, tanto su comienzo como su fin, se mueve por amor. Por supuesto, es a través de este amor que se alimenta realmente el alma. Al alma, al reconocer su verdadera naturaleza, comienzan a salirle alas; como dice Ficino en la carta 35, comienza a volar de regreso a su verdadero hogar. Al fin se da cuenta de su naturaleza infinita, una transformación sublime que Ficino describe en las cartas 29 y 59. Esta transformación del Hombre en Dio es verdadero destino del Hombre. En la carta 12 Ficino escribe: "No fue para las cosas pequeñas sino para las grandes que Dios creó a los hombres quienes, conociendo las grandes, no se satisfacen con pequeñeces. En verdad, fue sólo para lo ilimitado que El creó a los hombres, que son los únicos seres sobre la tierra que han re-descubierto su naturaleza infinita que no están plenamente satisfechos por nada limitado, por grande que ello pueda ser". Aquí Ficino parece expresar el espíritu esencial del Renacimiento.

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